Si aquí abajo un rey llama hombres a la gloria, al éxito, a la riqueza, al lujo y al gozo, los vemos lanzarse hacia todo eso con diligencia, celo, alegría. A nosotros, es el Dios y rey del universo que nos llama. Y no nos llama a esos bienes corruptibles que acabamos de evocar, sino al Reino de los cielos, a una luz que no conoce eclipse, una vida sin fin, una inefable bienaventuranza, a la adopción filial y la herencia de bienes eternos. Entonces, con mucho más celo, alegría e insaciable ardor, debemos cada día y a toda hora, correr, luchar y ser diligentes. Ni tribulación, ni angustia, hambre, sed, peligro, espada o muerte (Rom 8,35.38), nada debe inspirarnos temor o hacernos retroceder. Al contrario, con coraje, vigor y fuerza de alma debemos seguir hasta el final la vía ascética y soportar todo como ligero y fácil, en vista de la espera que nos es propuesta y de nuestra bienaventurada esperanza (cf. Rom 8,19). (…) Hijos muy queridos, también ustedes fortifíquense con el vigor de su fuerza (cf. Ef 6,10). A sus luchas y primeras pruebas, agreguen las presentes y las a venir, teniendo por alegría perfecta (cf. Sant 1,2) el ser considerados dignos de sufrir voluntariamente todo esto por Cristo Salvador (cf. Flp 1,29), siendo los imitadores de sus sufrimientos. Para los que lo comprendan, ¡solo esto constituye la más grande recompensa! (…) Queremos reanimar nuestro ardor y el de todos, despertarnos, ponernos de pie, renovar nuestra diligencia para llegar a cumplir los servicios que son pedidos a cada uno y realizarlos sin negligencia. En Cristo Jesús nuestro Señor, al que pertenecen la gloria y el poder, con el Padre y el Espíritu Santo, ahora y por los siglos de los siglos. Amén.
Lecturas Católicas Romanas – rosary.team