Tenemos el decálogo, dado por Moisés…y todo lo que nos recomienda la lectura de los libros santos. “Lavaos, purificaos, apartad de mi vista vuestras malas acciones. Dejad de hacer el mal, aprended a hacer el bien. Buscad el derecho, proteged al oprimido, socorred al huérfano, defended a la viuda. Luego venid discutamos –dice el Señor- ”(Is 1,16-18). (…) También tenemos las leyes del Verbo, las palabras de exhortación escritas no sobre tablas de piedra por el dedo del Señor (Ex 24,12) sino inscritas en el corazón del hombre (2Cor 3,3)… Ahora bien, las tablas de los corazones duros serán quebradas (Ex 32,19); la fe de los pequeñuelos imprime sus huellas en los corazones dóciles… Estas dos leyes le han servido al Verbo en la pedagogía de la humanidad, primero por boca de Moisés, luego por la de los apóstoles. (…) Nos hace falta un maestro para explicar estas palabras sagradas…Él nos enseñará la palabra de Dios. La escuela es la Iglesia; nuestro único Maestro es el Esposo, la buena voluntad de un Padre bueno, sabiduría primordial, santidad del conocimiento. “El ha muerto por nuestros pecados” (1Jn 2,2). Él cura nuestros cuerpos y nuestras almas, cura al hombre en su totalidad, él, Jesús que “ha muerto por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino por los del mundo entero. Sabemos que conocemos a Dios, si guardamos sus mandamientos. El que dice: Yo lo conozco, pero no guarda sus mandamientos, es un mentiroso y la verdad no está en él” (1Jn 2,3-4). Como alumnos de esta divina pedagogía ¡embellezcamos el rostro de la Iglesia y corramos como niños pequeños hacia esta madre llena de bondad. Hagámonos oyentes del Verbo; glorifiquemos la divina providencia que nos conduce por medio de este Pedagogo y nos santifica para ser hijo de Dios!
Lecturas Católicas Romanas – rosary.team