«Nosotros le hemos visto, escribe san Juan, y damos testimonio de ello» (1Jn 1,2). ¿Dónde lo vieron? En su manifestación. ¿Qué quiere decir, en su manifestación? Bajo el sol; dicho de otra manera, en esta luz visible. ¿Pero cómo se puede ver bajo el sol a aquel que ha hecho el sol, si no fuera porque antes «ha levantado su tienda bajo el sol y, como un esposo que sale de su alcoba se lanzó como un guerrero a recorrer su camino»? (Sl 18,6 Vulg). Es anterior al sol el que ha hecho el sol, es anterior al lucero de la mañana, anterior a todos los astros, anterior a todos los ángeles, verdadero Creador, porque «todo fue hecho por él y sin él nada se hizo» (Jn 1,3). Queriendo dejarse ver por nuestros ojos de carne que ven el sol, levantó su tienda bajo el sol, es decir, mostró su carne manifestándose en esta luz terrestre, y la alcoba de este esposo ha sido el seno de la Virgen. Porque en este seno virginal se unieron los dos, el esposo y la esposa, el Verbo esposo y la carne esposa. Tal como está escrito: «Los dos serán una sola carne» (Gn 2,24 Vulg); y el Señor dice en el Evangelio: «De manera que ya no son dos, sino una sola carne» (Mt 19,6). Isaías expresa muy bien eso que dos no hacen más que uno cuando, hablando en nombre de Cristo, dice: «como el esposo me ha puesto una diadema, y como una novia me ha adornado con joyas» (61,10). Parece que es uno solo el que habla y, al mismo tiempo, habla como esposo y como esposa; porque ya no son dos, sino una sola carne, porque «el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros» (Jn 1,14). Es a esta carne que se une la Iglesia y así forma el Cristo total, cabeza y cuerpo (Ef 1,22).
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