La Verdad dijo a todos los apóstoles reunidos: “El Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará todo” (Jn 14,26). (…) En el momento que los apóstoles han visto aparecer las lenguas de fuego divino que se posó sobre cada uno de ellos (cf. Hech 2,3), percibieron de una sola mirada todas las Escrituras y todos los profetas, por iluminación interior. (…) Penetraron los secretos que permanecían cerrados a escribas y fariseos, a sabios y doctores de la Ley. Así se cumplió la palabra del Señor: “Has ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y las has revelado a los pequeños” (Mt 11,25). Estos hombres sin letras no eran enseñados por hombres, sino instruidos maravillosamente por el Espíritu Santo, el Espíritu de inteligencia (cf. Is 11,2) que les abría el tesoro de las Escrituras. Por eso, tienen el derecho de ser recibidos y escuchados por nosotros como si fueran la boca del mismo Dios (cf. Lc 10,16). (…) Nuestra fe está fundada sobre ellos, así como sobre los patriarcas y los profetas, a quienes el Espíritu mismo hizo oír la Palabra de Dios, sin mediar un hombre. Nosotros guardamos este fundamento. En cuanto a los que no estaban ahí, que no han aprendido de esa forma, creemos que no hablan por su opinión personal, sino que se apoyan sobre el testimonio de los apóstoles. La Revelación fue hecha a los apóstoles (…). A ellos fue revelado por el Espíritu Santo lo que hombres sin él no podían enseñar o saber.
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