Queridísimo hijo, en Cristo, el buen Jesús: Yo, Catalina, servidora y esclava de servidores de Jesucristo, le escribo en su preciosa Sangre. Con el deseo de verlo verdadero caballero pronto a dar su vida por Jesús crucificado. Usted está ubicado en el campo de batalla de esta vida tenebrosa, en la que estamos continuamente en disputa con nuestros enemigos. El mundo nos persigue con sus riquezas, dignidades, honores y nos hace creer que son sólidos y duraderos. En realidad, desaparecen y pasan como el viento. El demonio nos ataca con sus tentaciones – llevándonos a injuriar- y secuestra al bien, con el fin que olvidemos la caridad con el prójimo. Desde el momento que perdemos el amor, perdemos la vida. La carne nos atormenta con su fragilidad y sus movimientos, para quitarnos la pureza. Y al estar privados de pureza, estamos privados de Dios. Nuestros enemigos nunca duermen, están siempre prontos para perseguirnos. Dios lo permite para darnos siempre la ocasión de tener mérito y con el fin de eliminar la somnolencia de la negligencia. Sabe que el hombre que se siente atacado por sus enemigos tiene cuidado de buscar un medio para defenderse contra ellos, ya que ve que si durmiera, estaría en peligro de muerte. Dios nos lo hace sentir para que nos apresuremos a tomar las armas del odio y del amor. El odio al mal cierra al vicio la puerta del consentimiento, resistiéndole y detestándolo con todas sus fuerzas. Así abre las puertas a la virtud, abre los brazos al amor para recibirlo con gran ardor en lo profundo de su alma. Vea de qué forma es bueno, muy bueno, que el enemigo no impere sobre nosotros. No debemos y no tenemos que temer nada, sólo fortificarnos diciendo que podemos todo en Cristo Jesús. ¿Qué pude temer el alma si pone su esperanza en su Creador?
Lecturas Católicas Romanas – rosary.team