Domingo, 12 De Mayo : Homilía atribuida a San Juan Crisóstomo
Dios y los hombres se han convertido en una sola estirpe. Por eso San Pablo dijo: «Somos hijos de Dios» (Hch.17,29). También dice en otro lugar: «Somos el Cuerpo de Cristo, y cada uno es un miembro» (I Cor. 12,27). Es decir: nos convertimos en su estirpe por la carne que Él ha asumido. Por lo tanto, gracias a Él, tenemos una garantía en el cielo: la carne que tomó de nosotros, y aquí abajo: el Espíritu Santo que habita dentro de nosotros… ¿Cómo se entiende que el Espíritu Santo esté a la vez con nosotros y el cielo, cuando el cuerpo de Cristo está al mismo tiempo en el cielo y con nosotros? El cielo ha poseído el cuerpo sagrado y la tierra ha recibido el Espíritu Santo. Cristo vino y trajo el Espíritu Santo, después subió al cielo y se llevó nuestro cuerpo… ¡Un plan divino formidable y sorprendente! Como dijo el profeta: «Señor, Dios nuestro, ¡cuán glorioso es tu nombre en toda la tierra!» (Sal 8,2)… La divinidad ha sido elevada. Dice exactamente: “Lo vieron levantarse” (Hch. 1,9), el que es grande en todo, el gran Dios, el gran Señor, que es también “el gran rey sobre toda la tierra” (Sal 46,3). Gran profeta, gran sacerdote, gran luz, grande en todo. No sólo es grande por su divinidad, sino también según la carne, porque es gran sacerdote y gran profeta. ¿Cómo es esto? Escucha a San Pablo: “Así pues, ya que tenemos un sumo sacerdote grande que ha atravesado el cielo, Jesús, Hijo de Dios, mantengamos firme la confesión de fe” (He 4,14). Porque, si es gran sacerdote y gran profeta, es cierto que “Dios ha visitado a su pueblo y ha suscitado un gran profeta en Israel” (Lc 7,16). Si es un sacerdote, un profeta y un gran rey, también es una gran luz: “La Galilea de los gentiles, el pueblo que caminaba en tinieblas, vio una luz grande” (Is 9,1s; Mt 4,15). Tenemos, pues, la prenda de nuestra vida en el cielo; juntamente con Cristo hemos sido elevados.
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