Domingo, 16 De Junio : Venerable Madeleine Delbrêl
Lo esencial de esta vida, su razón de ser y alegría, y en cuya ausencia todo parece vano, es el don de nosotros mismos a Dios, en Jesucristo. Es “ser en el mundo”, estar inmersos en el mundo, parcelas de la humanidad librada en todas sus fibras, ofrecida, desapropiada. Ser islas de morada divina. En Dios, asumir un lugar. Antes que nada, estar consagrados a su adoración. Dejar pesar sobre nosotros el misterio de la vida divina. En las tinieblas de la ignorancia universal, ser una toma de consciencia de Dios. Saber que ahí está el acto salvador por excelencia. Creer en el mundo, esperar por el mundo, amar para el mundo. Saber que, mismo sin una acción o expresión exterior, un minuto de vida cargada de fe posee un genio de valorización, de fuerza vital, que todos nuestros pobres gestos humanos no podrían reemplazar. El resto es un excedente, excedente necesario, pero necesario como una consecuencia. Ahí está la semilla, el germen. Si el germen existe, la planta de la vida evangélica crecerá. Al contrario, si ensayamos poner sobre la tierra todas las flores del Evangelio -compromiso, pobreza, humildad y lo demás- si lo ensayamos antes de haber sembrado la semilla, haríamos un jardín de flores cortadas que se marchitarán en dos días. Es gracias a Dios que amamos el mundo. Queremos darlo al Reino de los cielos. No serviría de nada esforzarnos, si rechazamos la fuerza transformadora del Reino, si rechazamos la venida de la gracia de Dios en nuestro ser.
Lecturas Católicas Romanas – rosary.team