Jueves, 21 De Octubre : Beato Columba Marmion
Uno de los mejores frutos de la vida de unión y abandono a Dios es cuidar el fuego del amor en el alma. No sólo del amor divino sino también la caridad hacia el prójimo. Al contacto frecuente con el foco del Amor sustancial, el alma arde por los intereses y la gloria del Señor, por el crecimiento del reinado de Cristo en los corazones. La verdadera vida interior nos libra tanto a las almas cómo a Dios: ella es fuente de celo. Cuando amamos realmente a Dios, deseamos que sea amado, que su Nombre sea glorificado, que su reinado llegue a las almas, que su voluntad se haga en todos (cf. Mt 6,9-10). El alma que ama realmente a Dios, siente profundamente las injurias que son hechas al objeto de su amor: “Me lleno de indignación ante los pecadores, ante los que abandonan tu ley” (Sal 118,53). Sufre al ver expandirse por el pecado el imperio del príncipe de las tinieblas. “El demonio ronda como un león rugiente, buscando a quien devorar” (I Pe 5,8), tiene cómplices a quienes insufla un ardor incesante, un celo de odio contra los miembros de Cristo Jesús. El alma que ama sinceramente a Dios, es también devorada de celo pero por la gloria de la casa de Señor (cf. Sal 68,10). ¿Qué es el celo? Un ardor que quema y se comunica, consume y se propaga. Es la llama del amor -o el odio- que se manifiesta en la acción. El alma abrasada de un santo celo se dispensa totalmente por Dios, busca servirlo con todas sus fuerzas. Cuanto más el foco de ese fuego interior es ardiente, más irradia exteriormente. El alma está animada por ese fuego que Cristo Jesús ha venido a traer sobre la tierra y que desea ardientemente ver encenderse en nosotros (cf. Lc 12,49).
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