Miércoles, 8 De Mayo : Santa Hildegarda de Bingen
La potencia divina contiene la integridad de la santidad. Ella conforta el espíritu interior del hombre que se une a Dios. Hace gustar los dones místicos del Espíritu Santo al que está a punto de sombrear en la somnolencia. El hombre se arranca a esta somnolencia, se despierta y tiende con todas sus fuerzas hacia la justicia. Frecuentemente, esta operación es un combate penoso para el espíritu ya que el cuerpo es poco capaz de hacer el bien, mismo si está llamado a la obediencia a la voluntad divina. Muchas veces, esta carne que es su morada cede a los deseos de la carne y la exhalación de los dones de Dios choca con la resistencia de la voluntad humana. Dios que me ha creado, que es Señor y que tiene todo poder sobre mí, es mi fuerza. Sin él, soy incapaz de realizar cualquier bien, ya que es él que me comunica el Espíritu de vida, manantial de mi propia vida y del movimiento que me anima. Es él, Dios y Señor, cuando lo invoco realmente como un ciervo que desea el agua viva, que me orienta en los caminos que emprendo y conduce mis pasos en sus mandamientos. Me conducirá hacia las cimas que me enseñen sus preceptos y someterá mis deseos mundanos con su fuerza victoriosa. Así, en la bienaventuranza celeste, cantaré eternamente su alabanza.
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