Sábado, 11 De Septiembre : San Ireneo de Lyon
La predicación de la Iglesia presenta, desde todos los puntos de vista, una inquebrantable solidez; permanece idéntica a sí misma y se beneficia del testimonio de los profetas, de los apóstoles y de todos sus discípulos, testimonio que engloba «el principio, el entremedio y el fin», la totalidad del designio de Dios ordenado infaliblemente a la salvación de los hombres y siendo el fundamento de nuestra fe. Desde entonces, esta fe que hemos recibido de la Iglesia, la conservamos con sumo cuidado. (…) Es a esta Iglesia a la que se le ha confiado el «don de Dios» (Jn 4,10) — como el aliento que había sido confiado a la primera obra que Dios había modelado, Adán (Gn 2,7) — a fin de que todos los miembros de la Iglesia puedan participar de ella y por ella ser vivificados. Es en ella que ha sido depositada la comunión con Cristo, es decir, el Espíritu Santo, arras del don de incorruptibilidad, confirmación de nuestra fe y escalera de nuestra ascensión a Dios: «En la Iglesia, escribe san Pablo, Dios ha colocado a los apóstoles, a los profetas, a los que tienen encargo de enseñar» y a todo el resto, por la acción del Espíritu (1C 12, 28.11). Porque donde está la Iglesia, allí está el Espíritu de Dios; y donde está el Espíritu de Dios, allí está la Iglesia y toda gracia. Y el Espíritu es Verdad (1Jn 5,6). Por eso los que se excluyen de él ya no se nutren más de los pechos de su Madre para recibir la vida y ya no participan de la fuente límpida que mana del cuerpo de Cristo (Jn 7,37), sino que «se hacen cisternas, cisternas agrietadas, que el agua no retienen» (Jr 2,13). (…) Llegados a ser extraños a la verdad, es fatal que sigan rodando en el error y sean bamboleados por él, que (…) no tengan doctrina firmemente establecida, puesto que prefieren ser razonadores de palabras antes que discípulos de la verdad. Porque no están fundamentados sobre la Roca única, sino sobre arena.
Lecturas Católicas Romanas – rosary.team