Lunes, 16 De Junio : Santa Catalina de Siena
Lecturas Católicas Romanas – rosary.team
Jesús, dijo a sus discípulos: Ustedes han oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente.
Pero yo les digo que no hagan frente al que les hace mal: al contrario, si alguien te da una bofetada en la mejilla derecha, preséntale también la otra.
Al que quiere hacerte un juicio para quitarte la túnica, déjale también el manto;
y si te exige que lo acompañes un kilómetro, camina dos con él.
Da al que te pide, y no le vuelvas la espalda al que quiere pedirte algo prestado.
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Canten al Señor un canto nuevo, porque él hizo maravillas: su mano derecha y su santo brazo le obtuvieron la victoria. El Señor manifestó su victoria, reveló su justicia a los ojos de las naciones:
se acordó de su amor y su fidelidad
en favor del pueblo de Israel. Los confines de la tierra han contemplado
el triunfo de nuestro Dios.
Aclame al Señor toda la tierra, prorrumpan en cantos jubilosos.
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Y porque somos sus colaboradores, los exhortamos a no recibir en vano la gracia de Dios.
Porque él nos dice en la Escritura: En el momento favorable te escuché, y en el día de la salvación te socorrí. Este es el tiempo favorable, este es el día de la salvación.
En cuanto a nosotros, no damos a nadie ninguna ocasión de escándalo, para que no se desprestigie nuestro ministerio.
Al contrario, siempre nos comportamos como corresponde a ministros de Dios, con una gran constancia: en las tribulaciones, en las adversidades, en las angustias,
al soportar los golpes, en la cárcel, en las revueltas, en las fatigas, en la falta de sueño, en el hambre.
Nosotros obramos con integridad, con inteligencia, con paciencia, con benignidad, con docilidad al Espíritu Santo, con un amor sincero,
con la palabra de verdad, con el poder de Dios; usando las armas ofensivas y defensivas de la justicia;
sea que nos encontremos en la gloria, o que estemos humillados; que gocemos de buena o de mala fama; que seamos considerados como impostores, cuando en realidad somos sinceros;
como desconocidos, cuando nos conocen muy bien; como moribundos, cuando estamos llenos de vida; como castigados, aunque estamos ilesos;
como tristes, aunque estamos siempre alegres; como pobres, aunque enriquecemos a muchos; como gente que no tiene nada, aunque lo poseemos todo.
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¿Quién es Dios ? Padre, Hijo, Espíritu Santo, Dios es uno. No te preguntes nada más acerca del sujeto de Dios. Los que quieren saber el fondo de las cosas concerniendo a Dios comiencen por considerar el orden natural. La ciencia de la Trinidad es justamente comparada a la profundidad del mar. La Sabiduría dijo que el fondo del mar es invisible a la mirada de los hombres, tal como la divina Trinidad permanece incomprensible a ellos. Por eso, si alguien quiere comprender lo que debe creer, que no piense poder hacerlo más con razonamientos que con la fe. La sabiduría divina así buscada se retirará más lejos todavía. Busca entonces el supremo conocimiento, no discutiendo sino llevando una vida perfecta, no con el habla sino por la fe, que mana de un corazón sencillo y no es el resultado de sabias conjeturas. Si buscas lo inefable con razonamientos, se alejará más de ti. Si buscas con la fe, la sabiduría estará donde habita, a tu puerta (cf. Prov 1,21). Donde está puede ser vista, aunque sea parcialmente. En verdad, la encontramos desde el instante en el que creemos a lo invisible, aunque no lo comprendamos. Porque Dios es el invisible, debemos creer en él. Aún más, de alguna forma, Dios se deja conocer por los puros de corazón.
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En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Todavía tengo muchas cosas que decirles, pero ustedes no las pueden comprender ahora.
Cuando venga el Espíritu de la Verdad, él los introducirá en toda la verdad, porque no hablará por sí mismo, sino que dirá lo que ha oído y les anunciará lo que irá sucediendo.
El me glorificará, porque recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes.
Todo lo que es del Padre es mío. Por eso les digo: ‘Recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes’.”
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Hermanos: Justificados, entonces, por la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo.
Por él hemos alcanzado, mediante la fe, la gracia en la que estamos afianzados, y por él nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios.
Más aún, nos gloriamos hasta de las mismas tribulaciones, porque sabemos que la tribulación produce la constancia;
la constancia, la virtud probada; la virtud probada, la esperanza.
Y la esperanza no quedará defraudada, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado.
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Al ver el cielo, obra de tus manos, la luna y las estrellas que has creado:
¿Qué es el hombre para que pienses en él, el ser humano para que lo cuides? Lo hiciste poco inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y esplendor;
le diste dominio sobre la obra de tus manos. Todo lo pusiste bajo sus pies. Todos los rebaños y ganados, y hasta los animales salvajes;
las aves del cielo, los peces del mar y cuanto surca los senderos de las aguas.
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El Señor me creó como primicia de sus caminos, antes de sus obras, desde siempre.
Yo fui formada desde la eternidad, desde el comienzo, antes de los orígenes de la tierra.
Yo nací cuando no existían los abismos, cuando no había fuentes de aguas caudalosas.
Antes que fueran cimentadas las montañas, antes que las colinas, yo nací,
cuando él no había hecho aún la tierra ni los espacios ni los primeros elementos del mundo.
Cuando él afianzaba el cielo, yo estaba allí; cuando trazaba el horizonte sobre el océano,
cuando condensaba las nubes en lo alto, cuando infundía poder a las fuentes del océano,
cuando fijaba su límite al mar para que las aguas no transgredieran sus bordes, cuando afirmaba los cimientos de la tierra,
yo estaba a su lado como un hijo querido y lo deleitaba día tras día, recreándome delante de él en todo tiempo,
recreándome sobre la faz de la tierra, y mi delicia era estar con los hijos de los hombres.
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Día tras día, tu mandamiento, Lo escucho con mi oído corporal, De no jurar por nada, Ni por la tierra ni por el cielo. En cuanto a mí, tapando las orejas de mi alma, No dejo entrar la Palabra, Me conduzco de manera contraria, Y desobedezco los mandamientos. (…) Tú has dado como instrumentos de la palabra El pensamiento y la lengua, soplo etéreo, Abre mi boca con tu Espíritu, Pleno de bendición espiritual. Para que hable de la Ley divina, De la Buena Noticia del Nuevo Testamento, De la sabiduría de la teoría Y el misterio de la práctica. Aleja de mí la palabra que divide, La blasfemia irremisible, La queja con la calumnia, La murmuración con la detracción. El engaño al prójimo, La traición del pérfido, El juramento de perjurio, La mentira propia del Malvado; (…) La locuacidad diabólica, La jactancia del presuntuoso, Todas las oleadas de palabras Que son lamentadas una vez pronunciadas. Concédeme la palabra, oh Tú, Palabra encarnada, Para hablar siempre con tu palabra, Para darla como gracia al que me escucha, Y al alma derribada, poder edificar.
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