En la última Cena, la novedad más importante reside en la nueva profundidad que se da a la antigua plegaria de bendición de Israel, que se vuelve en la palabra de transformación y nos da a nosotros la posibilidad de participar de la hora de Cristo (Jn 13,1). Jesús no nos ha dado la misión de repetir la Cena pascual, la cual, además, en tanto que aniversario, no se puede repetir a discreción. Nos ha dado la misión de entrar en su «hora». Entramos en ella gracias a la palabra que viene del poder sagrado de la consagración: una transformación que se realiza por la palabra de alabanza, que nos pone en continuidad con Israel y con toda la historia de la salvación, y que, al mismo tiempo, nos da la novedad hacia la cual esta plegaria tiende por su más profunda naturaleza. Esta plegaria, llamada por la Iglesia «plegaria eucarística», constituye la Eucaristía. Esta palabra es palabra de poder, que transforma los dones de la tierra de manera totalmente nueva en don de sí mismo de Dios y que nos compromete en este proceso de transformación. Es por eso que a este acontecimiento le llamamos Eucaristía, traducción de la palabra hebrea «beraka»: acción de gracias, alabanza, bendición, y así transformación desde el Señor, presencia de su «hora». La hora de Jesús es la hora en la cual el amor es vencedor. En otras palabras, es Dios quien ha vencido, porque él es el Amor. La hora de Jesús quiere llegar a ser nuestra hora y llegará a serlo si nosotros mismos, a través de la celebración de la Eucaristía, nos dejamos arrastrar en este proceso de transformación que el Señor prevé. La Eucaristía debe llegar a ser el centro de nuestra vida.
Lecturas Católicas Romanas – rosary.team