[Sobre el monte Sinaí, Moisés dijo al Señor: «Déjame ver, por favor, tu gloria.» Y Dios le contestó: «Yo haré pasar ante tu vista toda mi belleza… pero no puedes ver mi rostro.» (Ex 33,18s).] Experimentar este deseo me parece propio de un alma animada por un amor grande hacia la belleza esencial, un alma en la que la esperanza no cesa de dirigir desde la belleza que ha visto hasta la que está más allá… Este petición audaz, que sobrepasa los límites del deseo, no es la de gozar de la Belleza a través de espejos o de unos reflejos, sino cara a cara. La voz divina concede lo que se pide por el mismo hecho de que el alma rechaza otros medios…: la munificencia de Dios le concede el cumplimento de su deseo; pero, al mismo tiempo no le promete el descanso ni la saciedad… En esto consiste la verdadera visión de Dios: en el hecho de que el que levanta hacia él los ojos, no deja jamás de desearle. Por eso él dice: «No podrás ver mi rostro»… El Señor que así había respondido a Moisés, se expresa de la misma manera a sus discípulos, iluminando así el sentido de este símbolo. Dice: «El que quiera seguirme» (Lc 9,23) y no: «Si alguno me quiere preceder». Al que le dirige un ruego relacionado con la vida eterna, le propone lo mismo: «Ven y sígueme» (Lc 18,22). Ahora bien, el que sigue se dirge hacia la espalda del que le conduce. Así pues, la enseñanza que recibe Moisés sobre la manera según la cual es posible ver a Dios, es ésta: seguir a Dios donde Él conduce, esto es ver a Dios… En efecto, al que ignora el camino por donde viajar con seguridad, no le es posible llevarlo a buen término si no sigue al guía. El guía le enseña el camino pasándole delante; el que le sigue no se alejará del buen camino si siempre fija su mirada en la espalda del que lo conduce. En efecto, si se deja ir por algún lado o bien si se pone frente a su guía, seguirá otro camino que no es el que le enseña el guía. Por eso Dios dice al que conduce: «No verás mi rostro», es decir: «No te pongas frente a tu guía». Porque entonces correrás en sentido contrario a él… Ahora ves cuán importante es aprender a seguir a Dios. Para el que así le sigue ya ninguna contradicción del mal se opone más a su camino.
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