Cuando el ángel dijo a José: «No tengas reparo en llevarte a María, tu mujer» (Mt 1,20) no se equivocó… Llamarle «mujer» no era en vano, ni mentiroso, porque esta Virgen era el gozo de su marido de una manera tanto más perfecta y admirable por ser madre sin la participación de ese marido, fecunda sin él, pero fiel con él. Es por este matrimonio auténtico que merecieron ser llamados, uno y otro, «padres de Cristo» – no tan sólo ella, «su madre», sino también él «su padre» en tanto que esposo de su madre, padre y esposo según el espíritu, no según la carne. . Los dos –él, sólo por el espíritu, ella incluso en la carne- son padres de su humildad, no de su nobleza; padres de su debilidad, no de su divinidad. Fijaos en el Evangelio, que no puede mentir: «Su madre le dijo: ‘Hijo, ¿ por qué has hecho esto? No ves como tu padre y yo te buscábamos angustiados’?». Él, queriéndoles decir que tenía, además de ellos, un Padre que le había engendrado sin madre, les respondió: «¿Por qué me buscabais? ¿No sabéis que yo debo estar en la casa de mi Padre?» Y para que nadie piense que hablando de esta forma renegaba de sus padres, el evangelista añade: «Bajó con ellos a Nazaret y siguió bajo su autoridad»… ¿Por qué se sometió a aquellos que eran tan inferiores a él por su naturaleza divina? Porque «se anonadó a sí mismo tomando la condición de siervo» (Fil 2,7), y según este orden ellos eran sus padres. Si no hubieran estado unidos por un matrimonio verdadero, aunque sin intercambio carnal, no se les hubiera podido llamar, a los dos, los padres de esta naturaleza de siervo. * * * Contemos, pues, por la línea de José, porque, como es marido casto, es igualmente casto padre… ¿Acaso se le dice: «Porque no lo engendraste por medio de tu carne»? Pero él replicará: «¿Acaso ella le dio a luz por obra de la suya?». Lo que obró el Espíritu santo, lo obró para los dos. Siendo, dice Mateo (1,19), “un hombre justo”. Justo era el varón, justa la mujer. El Espíritu Santo, que reposaba en la justicia de ambos, dio el hijo a ambos.
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