La contemplación sobrenatural es un don gratuito de la misericordia divina. Sólo Dios puede poner en acción los dones del Espíritu Santo que producen la contemplación, perfeccionando el ejercicio de la fe. (…) Únicamente la humildad puede atraer los dones de la misericordia divina, ya que Dios resiste a los orgullosos y da su gracia a los humildes. Para llegar a la contemplación, una actitud humilde será más útil que los esfuerzos más violentos. Esta actitud humilde consistirá concretamente en “comportarnos como pobres necesitados, en presencia de un gran rico monarca”, adoptar formas modestas de oraciones “activas” y esperar, con paciente y apacible labor, que Dios nos eleve a oraciones “pasivas”: “Si te invitan a un banquete de bodas, no te coloques en el primer lugar, porque puede suceder que haya sido invitada otra persona más importante que tú, y cuando llegue el que los invitó a los dos, tenga que decirte: “Déjale el sitio”, y así, lleno de vergüenza, tengas que ponerte en el último lugar. Al contrario, cuando te inviten, ve a colocarte en el último sitio, de manera que cuando llegue el que te invitó, te diga: “Amigo, acércate más”, y así quedarás bien delante de todos los invitados. Porque todo el que ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado”. La parábola evangélica se aplica a la letra a la vida de oración: para ser elevado a la contemplación, hay que ponerse humildemente en el último lugar entre los espirituales. En ese lugar, es bueno desear los medios más elevados y rápidos para la unión perfecta, pero guardándose de todo esfuerzo presuntuoso para procurarla por sí mismo. (…) Tal fue la oración perfecta de la Virgen María, totalmente iluminada y abrasada por los fuegos divinos. Su fe apacible y ardiente parecía ignorar las riquezas que ella poseía, para ir más lejos en la sombra luminosa del Espíritu Santo que la envolvía y penetraba.
Lecturas Católicas Romanas – rosary.team