Cuando, después de haber abandonado las tinieblas del error para adherirse al amor de Dios, Pablo se une a los discípulos, Lucas le acompaña por todas partes y se hace su compañero de viaje (Hch. 16,10s)… Se amolda tan bien a él, lo trata con tanta familiaridad y comparte hasta tal punto todas sus gracias que Pablo, cuando escribe a los creyentes, llama a Lucas “mi querido médico” (Col. 4,14). Desde Jerusalén y toda la comarca hasta Dalmacia (Rm 15,19), predicó con él el Evangelio. Desde Judea hasta Roma, comparte con él las mismas cadenas, los mismos trabajos, las mismas penas, los mismos naufragios. Quería recibir la misma corona que Pablo, por haber participado en los mismos trabajos. Después de haber adquirido con Pablo el talento de la predicación y haber ganado y conducido a tantas naciones al amor de Dios, Lucas aparece como el discípulo cariñoso y querido por el Salvador, como el evangelista que escribió su historia sagrada; porque antaño había seguido al Maestro (Cfr.Lc 10,1), había recogido los testimonios de sus primeros servidores (Lc 1,1) y había recibido la inspiración de lo alto. Es el evangelista que contó el misterio del mensajero Gabriel enviado a la Virgen para anunciar la alegría al mundo entero. Es el que contó claramente el nacimiento de Cristo: nos muestra al recién nacido acostado en un pesebre y describe a los pastores y los ángeles que proclaman la alegría… Nos explica más parábolas que otros evangelistas. Y del mismo modo que nos explicó el descenso del Verbo sobre la tierra, de igual manera nos describe su Ascensión al cielo y su regreso al trono del Padre (24,51)… Pero en Lucas, la gracia no se limita a esto. Su lengua no se limita exclusivamente al servicio del Evangelio. Después de explicar los milagros de Cristo, cuenta también los Hechos de los Apóstoles… Lucas no es un mero espectador de todo esto, sino que verdaderamente participa en ello. Y por eso pone tanto interés en instruirnos.
Lecturas Católicas Romanas – rosary.team