Domingo, 12 De Marzo : San Gregorio de Nisa
Cuando la santa Escritura nos instruye sobre la realidad vivificante, habla de una profecía divina: “Me abandonaron a mí, la fuente de agua viva” (Jr 2,13). O hace referencia a las palabras del Señor a la Samaritana: “Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: «Dame de beber», tú misma se lo hubieras pedido, y él te habría dado agua viva” (Jn 4,10) y “El que tenga sed, venga a mí; y beba el que cree en mí… El se refería al Espíritu que debían recibir los que creyeran en él” (Jn 7,37.39). La Escritura designa la naturaleza divina bajo el nombre de agua viva. El testimonio sin mentira del Verbo atestigua que la Esposa del Cantar (Ct 4,15) es un pozo de agua viva, surgido de una corriente que desciende del Líbano. ¿Algo más paradoxal? Mientras que los pozos contienen un agua aletargada, la Esposa posee en ella un agua que corre. De esta forma, ella tiene la profundidad del pozo al mismo tiempo que la movilidad del río. ¿Quién podrá expresar convenientemente las maravillas indicadas por esta comparación? Parece que ella no puede elevarse más alto, porque en todo se asemeja a la Belleza arquetipo. Con su manantial imita al Manantial, con su vida imita la Vida y con su agua, al Agua. Vivo está el Verbo de Dios, viva está también el alma que ha recibido al Verbo. Esta agua surge de Dios, según lo que dice el Manantial: “Yo he salido de Dios y vengo de él” (Jn 8,42). Y ella contiene lo que corre en el pozo del alma, siendo así el reservorio de esta agua viva que corre, que fluye del Líbano (cf. Ct 4,15).
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