Domingo, 26 De Marzo : Homilía atribuida a San Juan Crisóstomo
El Señor pronuncia sólo estas palabras: “¡Lázaro, ven afuera!” (Jn 11,43), como un señor que llama a su servidor. ¿El servidor salió por obedecer a su señor? Salió sin tardar. El Hades no esperó, la muerte no se rebeló, las fuerzas inferiores no lo retrasaron. Porque fueron golpeados por el temor. El Hades, que retenía a Lázaro en su propio lugar, desde hacía tres días, fue dislocado por todos lados como una nave sin anclajes, hasta obtener tranquilidad. Las potencias inferiores no concebían que Lázaro finalizaría por ser arrancado de los lugares subterráneos. Pero cuando la voz del Señor de improviso descendió en el sepulcro con una gran luz y comenzó a hacer crecer otra vez el cabello en la cabeza de Lázaro, llenar de nuevo la médula en sus huesos vacíos, hacer correr sangre viva en las venas, los poderes inferiores llenos de temor se gritaron unos a otros: “¿Quién es el que llama? ¿Quién es ese poderoso? ¿Quién es el que modela de nuevo el vaso desintegrado? ¿Quién es el que despierta un muerto cómo de un sueño? ¿Quién es el que rompe las puertas de hierro? ¿Quién es el que grita: “¡Lázaro, ven afuera!” (Jn 11,43)? Porque su voz tiene un sonido humano, pero su potencia es una potencia divina. ¿Quién es el que llama? No es un hombre. Su forma es la de un hombre, pero su voz es la de un Dios. Reenviemos Lázaro, hagámoslo rápidamente remontar, no sea que descienda aquí el que llama, si tarda el que está llamando”. Los muertos empezaron a estremecerse y moverse. Decían: “Que uno sólo nos perjudique, para que no los perdamos a todos”. Es así que Lázaro se lanzó fuera del seno del Hades, confesando, alabando y glorificando a nuestro Señor Jesucristo.
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