Domingo, 27 De Agosto : Beato Columba Marmion
Dios se presenta a nosotros como objeto de la fe, especialmente en la persona de Jesucristo. Quiere que creamos firmemente que el niño nacido de María, el obrero de Nazaret, el Maestro en lucha con los Fariseos, el crucificado del Calvario, es realmente el Hijo de Dios, igual a Dios y así lo adoramos. Establecer entre los hombres la fe al Verbo encarnado es la gran obra que Dios se ha propuesto en la economía de la salvación (cf. Jn 6,29). Nada puede reemplazar esta fe en Jesucristo, verdadero Dios consustancial al Padre y su Enviado. Es la síntesis de todas nuestras creencias, porque Cristo es la síntesis de toda la revelación. (…) La vida de la Iglesia supone en todo y siempre la adoración de su divino Esposo. Faz al mundo que lo niega y desconoce, ella repite sin cesar con san Pedro: “Tú eres Cristo, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16,16). Esta fuerte visión de la fe, atraviesa el velo de la humanidad de Cristo y se sumerge en las profundidades de su divinidad. Pero algunos ven a Jesús y lo tocan pero, como las multitudes de Galilea, con una mirada externa, superficial, que no transforma las almas. Para otros, Jesús se transfigura y la gracia ilumina su fe en la divinidad. Para ellos, Jesús es el sol de justicia, sobrepasa todas las bellezas de la tierra y su visión deslumbra tanto su corazón, que nada los podrá separar de su amor. Pueden decir con san Pablo: “Tengo la certeza de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los principados, ni lo presente ni lo futuro, ni los poderes espirituales, ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna otra criatura podrá separarnos jamás del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor” (Rom 8,38-39). Tal fe establece a Jesucristo realmente en nuestro corazón. No es una simple adhesión del espíritu. Esta fe implica el amor, la esperanza, la consagración total de sí a Cristo para vivir de su vida, participar a sus misterios, imitar sus virtudes.
Lecturas Católicas Romanas – rosary.team