Jueves, 8 De Agosto : San Cirilo de Jerusalén
Nuestro Señor Jesucristo se hizo hombre, cuando era desconocido para muchos. Queriendo enseñar la verdad desconocida, reunió a sus discípulos y les dijo “¿Qué dice la gente sobre el Hijo del hombre? ¿Quién dicen que es?” (Mt 13,16). No expresaba un deseo de gloria sino que quería revelar la verdad, para que ellos -compañeros del Dios Hijo único de Dios- no lo tomaran por un hombre ordinario. Cuando respondieron “Unos dicen que es Juan el Bautista; otros Elías; y otros, Jeremías o alguno de los profetas” (Mt 16,14), les aclaró que esas personas tenían como excusa el ignorarlo. Pero, ellos, los apóstoles, que en su Nombre purificaban a los leprosos, expulsaban demonios, resucitaban a los muertos, no podían ignorar por quien realizaban esos prodigios. Como guardaban silencio, ya que esa ciencia superaba al hombre, Pedro, el jefe de los apóstoles, heraldo de la Iglesia, pronunció esta palabra. No la encontró en sí mismo, siguió una inspiración que no venía de hombre sino del Padre que iluminaba su inteligencia al responder: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16,16). Una bienaventuranza siguió a esta palabra, porque en verdad superaba al hombre. Un sello distinguía esta declaración: esta revelación venía del Padre. Por eso el Salvador exclamó: “Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo” (Mt 16,17). El que niega al Hijo de Dios es infeliz y miserable. Pero el que reconoce a nuestro Señor Jesucristo como Hijo de Dios, participa de esta bienaventuranza.
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