Martes, 12 De Septiembre : Cardenal Karol Wojtyla
La oración de Cristo en Getsemaní es el encuentro de la voluntad humana de Jesucristo con la voluntad eterna de Dios que en este preciso momento se hace voluntad del Padre respecto a su Hijo. El Hijo se hizo hombre para que tuviera lugar este encuentro de su voluntad humana con la del Padre. Se hizo hombre para que este encuentro fuera lleno de verdad acerca de la voluntad humana y acerca del corazón humano, este corazón que quiere eliminar el mal, el sufrimiento, el juicio, la flagelación, la cruz y la muerte. Se hizo hombre para que sobre el fondo de esta verdad acerca de la voluntad humana y el corazón humano aparezca toda la grandeza del amor que se expresa en el don de si y del sacrificio: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único.” (Jn 3,16) Cuando Cristo ora, el amor eterno se confirma por la entrega de un corazón humano. Y se confirma: el Hijo no rehúsa a hacer de su corazón un altar, el lugar de la elevación, antes de entregarse en la cruz. La oración es, pues, el encuentro de la voluntad humana con la de Dios. Su fruto privilegiado es la obediencia del Hijo frente al Padre: “Padre, que no se haga mi voluntad sino la tuya.” (cf Lc 22,42) Sin embargo, la obediencia no significa en primer lugar la renuncia a la propia voluntad, sino una apertura real de la mirada espiritual, del oído espiritual hacia el amor que es Dios mismo. Con este amor (cf 1Jn 4,16) amó Dios al mundo hasta entregarle su Hijo único. He aquí al hombre, he aquí a Cristo, el Hijo de Dios. Después de su oración, Jesús se levanta, confortado por esta obediencia por la que se ha unido a este amor, el amor que es el don del Padre al mundo y a la humanidad.
Lecturas Católicas Romanas – rosary.team