Martes, 13 De Agosto : San Juan Pablo II
Según sus designios eternos, Dios creó al hombre y a la mujer según su imagen. La Escritura dice: “a la imagen de Dios los creó”. Es, pues, importante entender en el libro del Génesis esta gran verdad: la imagen de si mismo que Dios colocó en el hombre pasa por la diversidad de los sexos. El hombre y la mujer que se unen en matrimonio reflejan la imagen de Dios y son, de alguna manera, la revelación de su amor. No únicamente del amor que Dios tiene por el ser humano, sino también de la misteriosa comunión que caracteriza la vida íntima de las tres personas divinas. Además, el mismo acto de procreación es una imagen de Dios que convierte la familia en un santuario de la vida. El apóstol Pablo dice que toda paternidad en la tierra viene de Dios (Ef 3,15). Dios es la fuente original de la vida. Así se puede afirmar que la genealogía de toda persona ahonda sus raíces en la eternidad. Engendrando a un hijo, los padres actúan como colaboradores de Dios. ¡Que misión tan sublime! Por esto, no es nada extraño que Jesús haya querido elevar el matrimonio a la dignidad de sacramento, y que San Pablo hable del matrimonio como de un “gran misterio”, refiriéndolo a la relación de Cristo con su Iglesia (cf Ef 5,32).
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