Martes, 5 De Diciembre : San Hilario
Los cielos, el aire, la tierra, los mares, son revestidos de esplendor y el cosmos entero debe su nombre a su magnífica armonía. Esta belleza de todo, la apreciamos instintivamente, naturalmente, pero la palabra que la expresa es siempre inferior a lo que entendemos con nuestra inteligencia. Con más razón, el Señor de la Belleza está por encima de toda belleza y si nuestra inteligencia no puede concebir su esplendor eterno, puede tener una idea de su esplendor. Debemos confesar un Dios de belleza inconcebible para nuestro espíritu, a la que no podemos llegar fuera de Él. Esta es la verdad del misterio de Dios, de la naturaleza impenetrable del Padre. Dios es invisible, inefable, infinito. La palabra más elocuente se calla, la inteligencia que desea penetrar ese misterio se siente entumecida, experimenta su propia estrechez. En el nombre del Padre, está su verdadera naturaleza, ya que él es Padre. Pero no como los hombres lo son, porque es increado, eterno, permanece siempre y para siempre. Sólo el Hijo es conocido: “nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar” (Mt 11,27; Lc 10,22). Ellos se conocen mutuamente y el conocimiento que tiene uno del otro es perfecto. Porque nadie conoce al Padre sino el Hijo, es con el Hijo, único testigo fiel, que tenemos que aprender a conocer al Padre. Es más fácil pensar esto del Padre, que decirlo. Siento cuánto la palabra es impotente para expresar lo que él es. (…) El conocimiento perfecto de Dios a nuestra escala humana, consiste en saber que Dios existe, que no puede ser ignorado, pero que permanece inexpresable e indecible. Creamos en él, tratemos de comprender, esforcémonos en adorarlo. Esa alabanza será el testimonio que podemos darle.
Lecturas Católicas Romanas – rosary.team