Miércoles, 28 De Mayo : San Cirilo de Jerusalén
El Espíritu Santo actúa para el bien y la salvación. Su venida se realiza con mansedumbre y suavidad. Se percibe su presencia con esa suavidad y fragancia, y su yugo es muy ligero. Anuncian su llegada los rayos resplandecientes de luz y de ciencia. Viene con el sentir de un auténtico protector. Viene a salvar, sanar, enseñar, advertir, fortalecer, consolar e iluminar al que lo recibe y luego a todos los demás. Del mismo modo que quien estaba en tinieblas anteriormente, al mirar luego al sol recibe la luz en su ojo corporal y distingue lo que antes no veía con claridad, así es aquel que ha sido considerado digno del don del Espíritu Santo. Se ilumina su alma y ve más allá de lo humano, ve ahora lo que ignoraba. Su cuerpo está en tierra, su alma contempla los cielos como en un espejo. Como Isaías, ve “al Señor sentado en un trono excelso y elevado” (Is 6,1). Como Ezequiel, contempla al que “estaba sobre la cabeza de los querubines” (Ez 10,1). Como Daniel, ve a “miles de millares” y “miríadas de miríadas” (Dan 7,10). Aún siendo poco – por ser sólo un hombre – ve el principio y el fin del mundo, discierne el transcurso de los tiempos y sabe la sucesión de los reyes. Sabe que eso no lo ha aprendido, sino que ocurre por la presencia del verdadero dador de luz. Como hombre puede estar encerrado entre paredes, pero la fuerza de su ciencia se extiende lejos, puede ver mismo lo que otros hacen. (…) ¡Qué el Dios de la paz, los plenifique con todos los bienes espirituales y celestiales, por nuestro Señor Jesucristo y el amor del Espíritu (cf. Rom 15,30). A él sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.
Lecturas Católicas Romanas – rosary.team