Viernes, 23 De Diciembre : San Máximo de Turín
Por anticipado, Dios había destinado a Juan Bautista, a que viene para proclamar la alegría de los hombres y la alegría de los cielos. De su boca, la gente entendió las palabras admirables que anunciaban la presencia de nuestro Redentor, el Cordero de Dios (Jn 1,29). Miéntras que sus padres, habían perdido toda esperanza de obtener una descendencia, el ángel, el mensajero de un gran misterio, lo envió para servir de precursor al Señor, incluso antes de nacer (Lc 1,41)… Llenó de alegría eterna el seno de su madre, cuando lo llevaba en su interior… En efecto, en el Evangelio, leemos estas palabras que Isabel le dice a María: “Cuando oí tu saludo, el niño se estremeció de alegría en mi vientre. ¿De dónde a mí, que la madre de mi Señor me visite? «(Lc 1,43-44)… Mientras que, en su vejez, se afligía por no haber dado un niño a su marido, de repente, dio a luz a un hijo, que era también el mensajero de la salvación eterna para el mundo entero. Y un mensajero tal, que antes de su nacimiento, ejerció el privilegio de su futuro ministerio, cuando difundió su espíritu profético por las palabras de su madre. Luego, por la fuerza del nombre, que el ángel le había dado por anticipado, abrió la boca de su padre cerrada por la incredulidad (Lc 1,13.20). Cuando Zacarías se quedó mudo, no fue para siempre, sino para recobrar divinamente el uso de la palabra y confirmar por un signo venido del cielo, que su hijo era un profeta. El Evangelio dice sobre Juan: ” Este hombre no era la Luz, pero estaba allí para dar testimonio y que todos crean por él ” (Jn 1,7-8). Ciertamente, no era la Luz, pero permanecía por entero en la luz, el que mereció dar testimonio de la Luz verdadera.
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