Viernes, 24 De Mayo : Venerable Madeleine Delbrêl
El amor y la vida no suben de la tierra hacia Dios, sino que descienden de Dios hacia la tierra. “Todo lo que es bueno y perfecto, es un don de lo Alto y desciende del Padre” (Sant 1,17). “Dios es Amor” (1 Jn 4,8), es amor porque es Trinidad. En la Trinidad el amor es la unidad y la fecundidad, todo parte de ella. Sobre la tierra arde un crisol de amor, que nos puede dar vértigo. Esta circulación de amor envuelve todo. Llegando a los seres humanos, también las flores, los animales. Para no sentirnos más extranjeros, como en disonancia con la misma vida, tenemos que partir de la Santa Trinidad. En ella está el Amor, el amor verdadero. De ella descienden como en cascada todos los amores del mundo, mucho menos perfectos, pero que tienen su razón de ser, porque son signo del amor que existe en Dios. Desde el amor del hombre y la mujer, hasta el de los animales, hasta en la misteriosa unión de elementos y metales, de manera diversamente bella, todo es signo del amor que está en Dios. Esto cambia el problema. Mismo la unidad del Verbo y el hombre, mismo la unión de Cristo y la Iglesia, son únicamente los más bellos signos del amor que es Dios. En el matrimonio existe una vocación al amor particularmente rica. En la cúspide de la creación visible, es el más hermoso signo del amor de Dios. Es grande porque, según expresa san Pablo, es signo del amor de Cristo y su Iglesia.
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