Viernes, 3 De Junio : San Juan XXIII
El sucesor de Pedro sabe que en su persona, en su actividad, es la gracia y la ley del amor la que lo sostiene, lo vivifica y lo adorna todo; y de cara al mundo entero, es en el intercambio de amor entre Jesús y él, Simón Pedro, hijo de Juan, que la santa Iglesia encuentra su apoyo, como sobre un soporte a la vez visible e invisible: Jesús, invisible a los ojos de la carne, y el papa, Vicario de Cristo, visible a los ojos de todo el mundo. Bien considerado este misterio de amor entre Jesús y su Vicario, qué honor y qué dulzura para mí, pero al mismo tiempo qué motivo de confusión por mi pequeñez, por la nada que soy. Mi vida debe de ser un amor total por Jesús y al mismo tiempo una total efusión de bondad y de sacrificio por cada alma y por el mundo entero. En este episodio… el paso va directo a la ley del sacrificio. Es el mismo Jesús quien se lo anuncia a Pedro: «Te lo aseguro: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas a donde querías; pero cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará a donde no quieras». Por la gracia del Señor, todavía no he entrado en esta «vejez», pero con mis ochenta años ya cumplidos me encuentro en el umbral. Debo, pues, estar apunto para este último período de mi vida en la que me esperan limitaciones y sacrificios, hasta el sacrificio de la vida corporal y la entrada a la vida eterna. Oh Jesús, ahí me tienes dispuesto a extender las manos, mis manos temblorosas ya y débiles, y permitir que otro me ayude a vestir y me sostenga en el camino. Señor, cuando has hablado a Pedro le has añadido: « y te llevará a donde no quieras». ¡Oh! después de tantas gracias con las que he sido agraciado durante mi larga vida, ya no hay nada que yo no quiera. Eres tú, oh Jesús, quien me ha abierto el camino; «Te seguiré a donde vayas» (Mt 8,19).
Lecturas Católicas Romanas – rosary.team